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jueves, 21 de octubre de 2021

Fundamentos del Arte II. El Modernismo

El Modernismo es el movimiento que cierra el siglo XIX en Europa y se extiende hasta comienzos de la centuria siguiente, aproximadamente entre la década de 1890 y 1920, con su momento culminante en los años noventa. Recibió diferentes nombres, según los países: Art Nouveau (Francia y Bélgica), Modern Style (Gran Bretaña), Jugendstil (Alemania), Sezession (Viena), Liberty (Italia), Modernismo (España).
La mayoría de estos calificativos (nuevo, moderno, joven) refleja el rechazo y afán de superación de la arquitectura historicista y ecléctica. Se trataba, por tanto, de un arte promovido por una burguesía refinada y orgullosa de su época, que deseaba un estilo propio no sometido a las normas del pasado. Entre los antecedentes del Modernismo está el movimiento inglés «Arts & Crafts» (Artes y Oficios), fundado por William Morris en 1861, que pretendía una vuelta al diseño artesanal y de calidad, en abierta oposición al trabajo deshumanizado y antiestético de la producción industrial. Este movimiento había despertado el interés por las artes menores y los elementos decorativos (muebles, vajilla, papeles pintados, etc.), que constituyen una parte esencial del entorno arquitectónico y de la vida que en él transcurre. En este mismo sentido, el Modernismo se interesó por la obra de arte total, desde la estructura arquitectónica hasta el diseño de muebles y utensilios domésticos, con una estética elegante y placentera, que recuerda en sus planteamientos e, incluso, en algunas de sus formas, al Rococó.
Desde un punto de vista técnico y formal, se incorporaron los avances de la arquitectura del hierro, que se exhiben sin tapujos y se revalorizan estéticamente:

Se utilizan y combinan materiales tradicionales (piedra, ladrillo) y nuevos (hierro, acero, vidrio), que se aplican indistintamente, según la conveniencia, a los elementos constructivos y a los decorativos.
Las estructuras metálicas sostienen el edificio y con frecuencia quedan a la vista, como en las cubiertas de vidrio, semejantes a las aplicadas a fábricas o estaciones.
La decoración, muy variada y rica en colores, es abundante, pero no trata de ocultar la estructura del edificio, que se nos muestra de forma abierta. Es más, los elementos constructivos, incluidos los elaborados con los nuevos materiales, a menudo cumplen también una función decorativa: columnas de fundición con formas de tallos, vanos y cubiertas con vidrieras policromadas.
El espacio interior adopta plantas libres, que huyen de la simetría.
La luz adquiere un gran protagonismo, penetrando a través de ventanas, miradores, vidrieras y claraboyas.
El aspecto exterior presenta la misma libertad de volúmenes y formas, en un deseo de transmitir al entorno urbano una sensación de alegría y variedad.

El Modernismo se aplicó a todo tipo de construcciones, desde edificios públicos de las más diversas funciones (hospitales, teatros, etc.) hasta establecimientos fabriles o viviendas particulares. Y se suelen distinguir dos grandes tendencias:

Una más ondulante, con un amplio desarrollo en Bélgica, Francia y España, particularmente en Cataluña. Todos sus elementos están dotados de una gran plasticidad y dinamismo, con especial predilección por la línea curva, tanto en lo estructural como en lo decorativo (motivos vegetales, figuras femeninas de largos cabellos y sinuosas vestimentas). Sus figuras más destacadas, fueron el belga Víctor Horta y al catalán Antoni Gaudí.

Y otra más rectilínea, característica del mundo anglosajón (Gran Bretaña, Austria y Alemania), que enlaza con el racionalismo del siglo XX. Su concepción, más severa, se basa en la línea recta y en una decoración de carácter geométrico. Una de sus figuras más sobresalientes fue el escocés Charles Rennie Mackintosh.

El Modernismo se definió como estilo en Bélgica, de donde se difundió a otros países, y Victor Horta (1861-1947) fue su iniciador. La Casa Tassel, construida entre 1892 y 1893, es considerada como el manifiesto del Art Nouveau, al romper con los estilos pasados y proponer un lenguaje nuevo en el que se funden e identifican estructura, función y ornamento. Utiliza el hierro como material estructural pero, al infundirle formas curvas que semejan tallos u ondas, lo convierte también en elemento decorativo. El espacio interior se distribuye de forma libre y novedosa: sin pasillos ni habitaciones en fila, con sorprendentes fuentes de luz. En la Cataluña de finales del siglo XIX existía una próspera y culta burguesía que impulsó, en su afán de modernidad, las nuevas formas arquitectónicas, sobre todo en la construcción de sus mansiones.

Surgió así un grupo de arquitectos (Domènech i Montaner, Puig i Cadafalch, etc.) que se pueden adscribir a la corriente modernista de signo franco-belga. Sin embargo, la figura más destacada fue Gaudí (1852-1926), auténtico genio que vivió al margen de las corrientes de moda y se adelantó, en sus indagaciones personales, a las tendencias de su tiempo. La Casa Milá (1905-1910), una de sus obras maestras, la concibió como un gran pedestal de roca erosionada para un grupo escultórico con la Virgen del Rosario, que al final no fue colocado (la esposa de Pere Milá, que encargó la obra, se llamaba Roser, Rosario en catalán).

La arquitectura se convierte así en organismo vivo con referencias al mundo natural: se asemeja a un grupo de montañas excavadas (de ahí el nombre popular de «Pedrera»), con arbustos metálicos en los balcones, y cumbres nevadas con chimeneas antropomórficas; toda la fachada presenta un ritmo ondulante que concuerda con la ordenación espacial interior; y esta adopta una planta libre que sugiere una estructura celular.

Pincha en el siguiente enlace para acceder al PDF del tema 4. El modernismo. Ana Galván

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