Esculturas del Partenón (Fidias, siglo V a.c.)
La mayor parte de la obra escultórica de Fidias no ha llegado a nuestros
días por tratarse de estatuas criselefantinas (de oro y marfil) como
el Zeus de Olimpia o la Atenea Parthenos. Sin pruebas que lo demuestren se le han atribuido las esculturas del
Partenón ya que sabemos que actuó como director de las obras de remodelación
de la acrópolis cumpliendo un encargo de Pericles. Es sin embargo evidente que la magnitud del
proyecto hace inviable que la escultura del templo hubiera sido realizada por una sola
persona. Hay que pensar por tanto en la intervención de un taller con varios
maestros actuando bajo la dirección de Fidias el cual quizá habría ejecutado
alguna de las obras. En todo caso, el espíritu clasicista de Fidias y algunos rasgos de su estilo, como los
"paños mojados", impregnan todo el conjunto.
Aunque ya hacia el año 460, bajo el gobierno de Cimón, tenemos noticias de
la actividad de Fidias, en concreto la ejecución de la monumental Atenea Prómachos, su gran hora llega cuando Pericles lo nombra epískopos de las obras de la Acrópolis. El partenón albergará la estatua criselefantina de la diosa Atenea, asombro de la
Hélade, y que dio lugar a una tradición de esculturas con esta
técnica. Su coste ascendió a 700 talentos, el equivalente a lo que costaría una flota de 230 trirremes; era –por otra parte–
una forma de atesorar la riqueza (al modo de los tesoros de las
iglesias medievales). Sostenía en su mano derecha la figura alada de
una Victoria (todo el programa edilicio de Pericles está enfocado en
una doble dirección: cantar la Victoria contra el bárbaro persa y
celebrar al demos ático). En el anverso de su gran escudo se representa una
Amazonomaquia, en su reverso una Centauromaquia, y en los bordes de sus sandalias una Gigantomaquia,
variaciones sobre un mismo tema: el conflicto entre la sophrosyne (inteligencia, prudencia, mesura) y la hibrys (soberbia, desmesura, orgullo), entre civilización y barbarie. Este será
también el leit motiv de las esculturas que decoraban el exterior del templo. La estatua fue presentada
en el año 438, con ocasión de las fiestas Panatenaicas; ese mismo año fue
inaugurado el templo, que debía estar completo hasta el techado.
El programa escultórico del Partenón (15 años de duración: 447-42 ).
Frontones: (438-32) Conocidos por las descripciones de Pausanias y los dibujos
que John Carrey realizó en 1674, hoy se conservan escasos y mutilados restos
(British Museum) algunos de los cuales han sido atribuidos al propio Fidias. A partir de estos
testimonios se puede intentar una reconstrucción del tema y la
composición de estas partes del templo. En el frontón occidental se
representaba la disputa entre Atenea y Poseidón por el dominio del Atica (De izquierda a derecha: Ilissos (?), Cécrops y su
familia, carro de Atenea, Atenea, Poseidón, carro de Poseidón, Familia
de Erechteo, (?) y en el oriental el milagroso nacimiento de la diosa, surgida de la cabeza de Zeus. (De izquierda a derecha encontramos las siguientes figuras:
Cuadriga de Helios, Dionisos, Demeter y Coré, Artemisa, Hera y su
sirviente Iris, Hermes, Zeus, Atenea coronada por una Niké, Poseidón,
Apolo, Hestia, Dione y Afrodita (?), carro de Selene. Importante la
inclusión de los carros “cósmicos” ya que suponen una novedad frente a
las típicas figuras acostadas de los vértices del frontón).
Metopas: Originalmente eran 92 aunque sólo han llegado a nuestros días 19
repartidas entre el Museo Británico y el propio templo. Se realizaron entre 447 y
442.
Occidentales: Amazonomaquia, alternándose una metopa con una amazona victoriosa
con otra donde el vencedor es el griego. Orientales: Gigantomaquia. Norte: Escenas de la destrucción de Troya Sur: Centauromaquia. Es la serie mejor conservada. Desde el punto de vista
estilístico, se puede decir que es una síntesis de las corrientes que
circularon durante el siglo V. Se ha observado que si las metopas se
hubieran encontrado separadamente y descontextualizadas, se podrían
haber datado, partiendo únicamente de datos estilísticos, entre 460 y
430. De hecho, en algunas se detecta el estilo severo, o incluso la
“mano” de Mirón, mientras que otras parecen delatar la intervención del
propio Fidias (S. I) . La mayoría de las conservadas pertenecen a la serie de la Centauromaquia
(la batalla entre los lapitas y los Centauros) entendida como una alegoría
de la lucha entre griegos y persas, una victoria de la razón contra la
fuerza, del orden frente al caos. En su elaboración se han distinguido tres
manos: una probablemente del propio Fidias, otra de su discípulo Alcámenes y otra del llamado "maestro barroco del Partenón".
Friso: (444-32) Es la novedad más espectacular del Partenón ya que hasta su
construcción, en ningún templo griego se había decorado con escultura el
muro exterior de la naos. El tema representado es la procesión de las Panateneas que cada cuatro
años se dirigía a la Acrópolis para hacer entrega a la diosa Atenea del
peplo que las arréforashabían bordado para ella. El friso arranca desde el ángulo sudoeste en dos
direcciones: hacia un lado el cortejo de las Panateneas y hacia el otro el de los jinetes. Ambos confluyen
en la fachada oriental donde se encuentra la asamblea de dioses. Son en
total más de 150 metros de friso de 1'02 mts. de alto que en la actualidad
se encuentra repartido entre el Museo de la Acrópolis, el Museo Británico y el Louvre parisino. A pesar de haberse escogido
un tema de la vida real y cotidiana (frente a la costumbre griega de
recurrir a la mitología como metáfora de la realidad), el tratamiento de la
obra no tiene nada de costumbrista. No son seres concretos los que allí se representan sino arquetipos, no es la procesión de
un año determinado sino cualquiera de ellas, son seres intemporales, eternos, es, como
decía Goethe, "un instante que dura toda la eternidad". [“el arte griego huía del caso concreto,
de la persona individualizada, del momento preciso. Evitaba el tiempo, el espacio y el
sujeto. Era un símbolo. Para el romano era una página de la Historia” García y
Bellido]
Se lo ha calificado como “el más largo y solemne relieve votivo de la
historia” (L. Beschi). Representa, en un bajorrelieve de apenas 5 cm.
de profundidad., la procesión de las Fiestas Panatenaicas, a finales
de verano, coincidiendo con el cumpleaños de la diosa. Cada cuatro
años, además, había una serie de certámenes atléticos y ecuestres,
además de la ofrenda de un nuevo peplo a Atenea. la procesión de
jinetes, carros, músicos, oferentes y animales que serían inmolados
avanzaba hasta la Acrópolis.
La procesión comenzaba en el friso oeste (Preparativos), para luego dividirse en dos ramas, que caminaban por los frisos norte y sur. Allí se ven los
caballeros y los carros; ya casi llegando a la zona este, se agolpan las
figuras de los ancianos, los oferentes y los animales. En el friso
este la procesión finaliza: allí se encuentran los dioses, repartidos
en dos grupos de seis -a la derecha Atenea, Hefastos, Poseidón, Apolo,
Artemis y Afrodita con Eros; a la izquierda Zeus y Hera (acompañada de
su mensajera Iris) Ares, Deméter, Dionisos y Hermes junto a los dioses
un posible grupo de héroes. Algo más allá las muchachas atenienses que avanzan. Entre los dos grupos de dioses una muchacha y un
niño portan el peplo. Aunque la unidad estilística es mayor que en las metopas, los expertos (B. Schweitzer, Alla ricerca di Fidia), detectan hasta cincuenta maestros con sus respectivos talleres, existiendo, por lo tanto, una yuxtaposición de
estilos, aunque todo ello sabiamente coordinado por las directrices de Fidias. Lo más importante es la
novedad del tema, con la participación democrática y comunal de la polis en la fiesta de la diosa. John
Boardman (The Parthenon and its sculptures, Londres, 1975, apunta la posibilidad de que los 192 jinetes,
aurigas y hoplitas representen a los 192 héroes atenienses muertos en
la batalla de Maratón] .
Se ha dicho que este friso, situado a 12 metros de altura, sería de
dificultosa visión, ya que lo taparía el perístilo, por no hablar de
la escasa luz. Sin embargo, se ha demostrado en los últimos tiempos
que un espectador situado a unos 18 metros de los muros de la cella,
podría verlo perfectamente; la brillante luz de Grecia compensaría la falta
de luz directa. Fidias, además, realizó correcciones ópticas, haciendo la parte
superior de las figuras en un relieve más pronunciado, previendo el
punto de vista del espectador.
El friso del Partenón es la obra maestra de la escultura griega, y la que cautivó, desde que en el siglo XVIII comenzó a recuperarse el legado fidíaco, la estética europea; en él pensaba Winckelmann cuando hablaba de “la noble sencillez y la serena grandeza” del arte griego; en él se inspiró Keats para su Odeon a Grecian Urn (“a thing of beauty is a joy for ever”).
El friso del Partenón es la obra maestra de la escultura griega, y la que cautivó, desde que en el siglo XVIII comenzó a recuperarse el legado fidíaco, la estética europea; en él pensaba Winckelmann cuando hablaba de “la noble sencillez y la serena grandeza” del arte griego; en él se inspiró Keats para su Odeon a Grecian Urn (“a thing of beauty is a joy for ever”).
Estilo: En la composición dominan las verticales y un ritmo pausado que sólo se
anima ligeramente en el cortejo de los jinetes. Aparecen recursos
de variatio para romper la monotonía de la procesión sin destruir su unidad. La muchachas avanzan en
fila pero sutiles variaciones en la postura y en el plegado de sus vestidos animan el
conjunto. A pesar de la escasa profundidad real del bajorrelieve (5 cm),
los artistas han conseguido plenamente la sensación de tercera dimensión
por medio de composiciones en diagonal (asamblea de dioses), escorzos, y
una adecuada disposición de las figuras. La técnica de los “paños
mojados” que se pegan al cuerpo y dejan traslucir la anatomía aparece en la
mayoría de las figuras y es la principal aportación estilística de Fidias.
La conquista del clasicismo, proclamada por la obra de Fidias en la
Acrópolis, debió parecer de tal envergadura que creó una especie de vacío a su alrededor. La
visión formal de Fidias, la nitidez y autoridad de su lenguaje
debieron ser reconocidas inmediatamente como definitivas existiendo la sensación de que se había llegado al punto
final del camino y de que todo estaba ya dicho, como sucedió en el
Renacimiento tras Leonardo, Miguel Angel o Ticiano.
(Fuente: epapontevedra.com)
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