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miércoles, 17 de enero de 2018

Fundamentos del Arte II. Degas


Al contrario de sus amigos, los demás impresionistas, Degas es un pintor obviamente urbano, a quien le gusta pintar en estancias cerradas, espectáculos, escenas de ocio o de placeres.

En un café también llamado La absenta, (1874-75)

En un café, lugar de encuentro de moda, una mujer y un hombre, pese a estar sentados al lado, están cada uno encerrado en su silencioso aislamiento, la mirada vacía y triste, los rasgos descompuestos, como desanimados. La obra se puede ver como una denuncia de los daños de la absenta, este violento y nocivo alcohol que más tarde se prohibirá. Se compara a veces con la novela de Zola, L'Assommoir, escrito varios años más tarde. El escritor confesó al pintor: "Simplemente he descrito, en más de un sitio en mis páginas, algunos de sus cuadros".

La dimensión realista es flagrante: el café está identificado, se trata de "La Nouvelle Athènes", plaza Pigalle, lugar de reunión de los artistas modernos, foco intelectual de la bohemia. El enfoque da la sensación de un instantáneo echado al natural por un testigo sentado en una mesa próxima. Pero esta impresión es engañadora, ya que el efecto de real es el resultado de una cuidadosa elaboración. El cuadro fue pintado en taller, y no en el mismo lugar.

Degas utilizó sus relaciones para que protagonizaran los personajes de los que realiza los retratos: Ellen André es una actriz, y también modelo para artistas; Marcellin Desboutin es pintor grabador. Como el cuadro manchaba su reputación, Degas tuvo que precisar públicamente que no eran alcohólicos.

El enfoque descentrado, dejando vacíos y seccionando la pipa y la mano del hombre, fue inspirado por las estampas japonesas. Pero aquí, Degas lo utiliza para producir un determinado desequilibrio etílico. También resulta expresiva y significativa, la presencia de la sombra de ambos personajes, en la silueta reflejada por el amplio espejo en su espalda.


La clase de Ballet. 

Degas acudía con asiduidad a la Ópera de París, como espectador, pero también entre bastidores, a la sala de la danza, donde lo introdujo un amigo músico de orquesta. En dicha época todavía se trataba del edificio de la calle Le Peletier, y no de la Ópera diseñada por Garnier, que pronto la sustituirá. A partir de comienzos de los años 1870 y hasta su muerte, las bailarinas ejerciendo durante los ensayos o en reposo, se convierten en el tema de predilección de Degas, incansablemente recuperado con numerosas variaciones en las poses y los gestos.

Más que el escenario y las luces de candilejas, es el trabajo previo que le interesa: en entrenamiento. Aquí, la sesión se acaba: los alumnos están agotados, se estiran, se contorsionan para rascarse la espalda, arreglan su peinado o su ropa, un pendiente, un lazo, poco atentas al inflexible profesor, retrato de Jules Perrot, antiguo maestro de ballet.






Degas ha observado con atención los gestos más espontáneos, naturales y anodinos, momentos de pausa, cuando la concentración se afloja y el cuerpo se relaja, tras el esfuerzo de un aprendizaje extenuante y de un rigor implacable
El punto de vista levemente en picado, centrado en la diagonal de la estancia, acentúa la perspectiva lejana de las láminas de la tarima. Paul Valéry escribió: "Degas es uno de los pocos pintores que tanta importancia hayan dado al suelo. Tiene unas tarimas admirables". Parece muy acertado, ya que para las bailarinas la tarima, debidamente mojada para evitar deslizarse, es el principal instrumento de trabajo. También es este parquet que el maestro golpea para dar el compás.







Ensayo de un ballet. (1874)
Con el punto de vista elegido por Degas, el escenario se observa en leve picado, de lado, la mirada focalizada en el espacio delimitado por las candilejas. A la ligereza de las bailarinas bailando se oponen los gestos relajados de las que esperan, en la izquierda.

La fina capa de pintura, que se ha vuelto todavía más transparente con el tiempo, deja ver a primera vista, los arrepentimientos del pintor. Las piernas de algunas bailarinas en reposo han sido retocadas. En medio de las jóvenes se encontraba un maestro de ballet visto de espaldas. Por fin, cerca del hombre sentado, otro personaje estaba repantigado encima de una silla.




Esta pintura en tonos grises, destacó inmediatamente durante la primera exposición impresionista en 1874. El pintor Giuseppe De Nittis escribe lo siguiente a uno de sus amigos: "me acuerdo de un dibujo que debía ser un ensayo de danza [...] y le aseguro que es extremadamente bello: los vestidos de muselina son tan diáfanos y los movimientos tan verídicos, que hay que verlo para hacerse una idea; es imposible describirlo". Como De Nittis, muchos críticos ven en esta obra un dibujo más que una pintura. Cabe indicar que Degas plasma los matices más delicados jugando con los degradados. Inventa este tono neutro, lechoso, mientras que la iluminación brutal hace surgir los tutús blancos luminosos que ritman la composición.

De todas las escenas de danza realizadas por Degas, la monocromía de este lienzo difiere radicalmente de las verdaderas "orgías de colores" que salpicaban las obras más tardías. Esto se explica sin duda debido a que Ensayo de un ballet tenía que servir de modelo para un grabador.

Textos e imágenes: www.musee-orsay.

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